martes, 18 de septiembre de 2012

EL HOMBRE DE DIOS

“Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre” 1 Tim.6:11


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"A.W. Tozer - Un Hombre de Dios". Así dice en forma sencilla el epitafio grabado en la tumba de Aiden Wilson Tozer (21 de abril 1897- 12 de mayo 1963) reconocido pastor cristiano estadounidense, predicador, escritor, editor de revista, y conferencista bíblico.

No hay un título con mayor dignidad que éste. Todos los títulos humanos que el hombre pueda lograr carecen de valor si no puede decirse de él como dijo Pablo de Timoteo:Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas…

Un hombre de Dios no es necesariamente el orador habilidoso y carismático que persuade a las personas para sacar provecho de ellos o para enseñorearse sobre ellos. No es el que hace alarde de poder. Un hombre de Dios no es el que atrae las miradas sobre sí mismo. El hombre de Dios no es el que busca ser servido; no es el que reclama privilegios y trato preferencial; no es el que se enriquece esquilando las ovejas. A un hombre de Dios no lo hace una mera apariencia de piedad.
¿Quién es, entonces, un hombre de Dios?

J. Collantes, citado por Mathew Henry dice: “El hombre de Dios es un hombre que tiene una misión celestial, por razón de la cual está unido con Dios con un vínculo de pertenencia y de proximidad que, al par que le comunica una buena especial, le obliga a llevar una conducta singularmente ejemplar[1]

Esta definición es completa. Es bíblica. Contiene tres características cruciales que definen a un verdadero hombre de Dios, las cuales serán el bosquejo que desarrollaré en el presente ensayo:

1)    El hombre de Dios está unido con Dios con un vínculo de pertenencia y proximidad
2)    El hombre de Dios tiene una misión celestial
3)    El hombre de Dios tiene la responsabilidad de llevar una vida ejemplar.

En el primer punto presentaré con argumentos bíblicos, los alcances y exigencias del hecho de pertenecer a Dios y de vivir en estrecha cercanía con él. En el segundo punto, trataré de la misión celestial a la que está obligado el hombre de Dios, y cómo ésta es cumplida a través de los diversos ministerios que Dios ha repartido a cada quien según el beneplácito de su voluntad. En el tercer punto presentaré los rasgos distintivos de una vida ejemplar.

I.         El hombre de Dios está unido con Dios en un vínculo de pertenencia y proximidad

Una persona es un hombre de Dios, porque le pertenece a Dios.

 “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el  cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.” (1 Corintios 6:19-20)

No hay nada más sublime en la vida que pertenecer a Dios. No hay mayor riqueza ni mayor privilegio. El que pertenece a Dios lo sabe y se goza por ello. El precio que se pagó para que le perteneciéramos, es un precio muy alto. Costamos lo que vale la sangre del unigénito Hijo de Dios. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. (Juan 3:16)

Esta gloriosa verdad se ha cantado y predicado a través de los siglos. Es el fundamento de nuestra fe. Hace palpitar nuestros corazones de gozo y gratitud. Dios no tenía ninguna obligación con nosotros. Todos estábamos destituidos de su gloria; y lo merecíamos. Éramos merecedores del castigo divino; mas Dios mostró su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Dios nos dio lo mejor de sí para reconciliarnos con él. El Justo padeció por los injustos; el único que amó a Dios con todo su corazón, y con toda su alma, estuvo dispuesto a recibir de él todo el peso de su justicia divina a fin de poder llevar a muchos hijos a la Gloria; el único que vivió en perfecta santidad, recibió sobre sí mismo todos nuestros pecados.

Pertenecemos a Dios legalmente, porque hemos sido comprados por medio de la sangre de Cristo. No obstante, esta pertenencia no se limita tan solo al aspecto legal, de ser así, sería una mera relación mecánica y externa basada en aspectos legales. Existe también un sentido de pertenencia, en el que el ser integral se vuelve a Dios en una entrega sin reservas de  todo su ser, consciente de la grandeza, perfección y belleza de Dios. Por ser consciente de ello, el hombre de Dios sabe que pertenece a Dios, quiere pertenecer a Dios y se deleita en pertenecer a Dios. De ninguna manera el pertenecer a Dios le entristece, o le hace mirarse a sí mismo como si estuviera sufriendo pérdida. Antes bien, sabe que es poseedor de una riqueza inigualable, por ello, su mayor deleite es poder decir: “Mi porción es Jehová,  dijo mi alma;  por tanto,  en él esperaré”. (Lamentaciones 3:24)

Comprender la profundidad de un amor así, no es fácil para nuestra pequeña mente. A menos que no conozcamos a Dios, viviremos indiferentes ante el despliegue de su perfecto amor. Pero si le conocemos, entonces caeremos postrados ante él, reconociendo que le pertenecemos,  y no podremos menos que abrir de par en par las puertas de nuestro corazón para ser llenados del suave y deleitoso amor de Dios. Cuando el cántaro de nuestro corazón sea llenado de esa manera, entonces prorrumpirá con gozo: ¡Pertenezco a Dios! ¡Soy de Cristo!  ¡A Él, y solo a Él serviré!

Esta verdad es la que nos permite comprender a Moisés, quien “por la fe,  hecho ya grande,  rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios,  que gozar de los deleites temporales del pecado,  teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios;  porque tenía puesta la mirada en el galardón. (Hebreos 11:25-26)

La meta de todo hombre de Dios es poder decir como el apóstol Pablo; “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (Gálatas 2:20)

 Una persona es un hombre de Dios, porque es próximo a Dios.

Al hablar de proximidad, se hace referencia a ´cercanía con Dios´, ‘intimidad con Dios’.

Después subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios…” (Marcos 3:13-15)

Observe bien el orden de prioridades. Primero ‘llamó a sí a los que él quiso’, en segundo lugar está el propósito primario del llamamiento, “para que estuviesen con él…’ es decir, para que cultivaran una relación de intimidad con él y en tercer lugar, ‘para enviarlos a predicar’

Este es el esquema que se ve en todos los hombres de Dios cuyas vidas se hayan relatadas en la Biblia. Se caracterizaron por una vida de intimidad con Dios

Cuando Moisés descendió del monte después de haber permanecido cuarenta días en la presencia de Dios, todos sabían que había estado en intimidad con Dios; su rostro resplandecía. Cuando los miembros pertenecientes a las autoridades religiosas prendieron a Pedro y Juan, estaban sorprendidos: “Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan,  y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo,  se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús (Hch 4:13)

Llamamiento, Intimidad y servicio es el esquema de Dios; desafortunadamente hemos modificado el orden correcto. Nos fascinan las señales, queremos ministerios impactantes y sobresalientes, pero me temo que estamos olvidando lo esencial: la intimidad con Cristo.

No pretendo erigirme como juez, ni es mi intención enfocarme en lo negativo, pero debo ser fiel al Señor en denunciar la tibieza e infidelidad de gran parte del pueblo cristiano que ha abandonado la intimidad con el Señor para rendir sus afectos a las cosas de este mundo. Las recámaras de oración están abandonadas. Ya no se escuchan los clamores procedentes de un corazón anhelante por Dios. ¿Dónde están las manos que se alzan y los corazones que se inclinan a adorar al Señor? ¿Dónde están las almas sedientas que levantan sus corazones hacia el trono de la gracia, para beber de la presencia de Dios, en quién se halla verdadero deleite? ¡Cuántos corazones secos y vacíos; cuántas lámparas apagadas; cuántos rostros demudados por la apatía! ¿Dónde están los ríos de agua viva que han de correr al interior del creyente? ¿Dónde está la vida abundante que Dios prometió a los que creyesen? Tristemente tengo que decir, que hemos cambiado la gloria de Dios por cenizas. Hemos entregado los tesoros de la comunión íntima con Dios, y en su lugar, hemos escogido una vida religiosa saturada de mucha actividad, pero carente de la vitalidad propia que debe emanar de una vida que vive en estrecha cercanía con Dios.

Nuestros cultos muchas veces son un reflejo de nuestro alejamiento de Dios. Cantos mecánicos que tan solo logran satisfacer la sensualidad de nuestra carne; formalismos religiosos carentes de significado y propósito; cumplimientos estrictos de un rígido protocolo preestablecido por los dictámenes de la naturaleza carnal; oraciones largas y aburridas que proceden de un corazón lleno del mundo, pero vacío de Dios; y como complemento de todo esto, una predicación vacía y superficial, que aunque pueda hallarse dentro de los lineamientos de la homilética, no ha sido previamente humedecida por el aliento de la oración y no ha sido aprobada por el Espíritu Santo.

¡Cuánta tristeza produce el ver congregaciones que están recibiendo pasto seco en lugar de alimento espiritual, porque sus líderes andan tan ocupados en su febril actividad religiosa, que no les queda tiempo ni ganas para entrar en el secreto de Dios a buscar el rostro del Señor! Líderes y ministros, que aunque gozan de popularidad en su medio, son completamente desconocidos para Dios.

La Palabra de Dios dice: ¡Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros! (Santiago 3:8). Son palabras dirigidas a cristianos. Es un llamado imperativo a la intimidad, a la comunión con Dios. La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto”. (Salmo 25:14)

Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura”. (Hebreos 10:19-22)

Necesitamos avivar en nuestros corazones los mismos impulsos que había en el corazón de David, “Dios, Dios mío eres tú;  de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti,  mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas” (Salmo 63:1)

Cuando anhelamos a Dios no le estamos haciendo un favor; no le estamos haciendo más importante de lo que él es; Dios es quien es en sí mismo, y su importancia no depende de nuestra devoción. Dios no tiene un ego que necesite ser alimentado con manifestaciones humanas. Somos nosotros los que nos beneficiamos en amarle con todo el corazón, en desearle, en buscarle, en hallarle y en poder derramar toda nuestra vida ante él, en humilde reconocimiento de que sin él nada somos. A pesar de que Dios no nos necesita, aun así nos anhela. ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? (Santiago 4:5).

Es una paradoja, como lo es casi todo en la vida cristiana, que el autosuficiente Dios, el perfecto Dios, que no necesita nada, ni a nadie, nos anhele celosamente. Por cuanto esto es así, ¿cómo no debemos andar nosotros en santa y piadosa manera de vivir? Si Dios anhela la comunión con pobres y débiles criaturas como nosotros, ¿de dónde hemos sacado entonces el atrevimiento de pretender vivir una vida alejada de Dios? ¿De quién hemos aprendido la insensatez de conformarnos a vivir una vida de tibieza espiritual? Renunciar a vivir una vida de cercanía e intimidad con Dios, es tan malvado como la desfachatez de Esaú quien osó cambiar los privilegios de la primogenitura por un plato de lentejas.

Los pecados de los cristianos en ocasiones son grotescos, al punto que hacen sonrojar las mejillas de la iglesia; otras veces son más refinados y poco perceptibles, como lo es el pecado de no buscar el rostro de Dios, de vivir en un estado de tibieza espiritual, de dividir nuestros afectos entre Dios y las cosas, de no vivir en intimidad con él. Ante ese pecado el señor demanda arrepentimiento.

Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor”. (1Corintios 1:9)

II. El hombre de Dios tiene una misión celestial

Todo hombre y toda mujer, en todo tiempo y en todo lugar, consciente de ello o no, ha escogido un propósito supremo para vivir, y vive para cumplirlo. Esos propósitos varían entre una y otra persona dependiendo de las preferencias particulares de cada quien. Lo que para alguien es sublime, para otro puede ser absurdo. Bajo este contexto, cada generación se ha esforzado arduamente por alcanzar el particular ideal supremo de sus vidas. No es de extrañar entonces ver a la humanidad desorientada, afanada de aquí para allá, ocupada en la construcción de su propia torre de Babel, en cuya cúspide se encuentra lo que ella llama “la autorrealización personal”.

A los ojos de los hombres, decir que una persona está autorrealizada, es sinónimo de éxito, y quien pueda decirlo, experimenta cierta satisfacción interior de haber alcanzado sus metas personales, que generalmente tienen que ver con la obtención de una buena educación, un buen trabajo, excelentes ingresos, una buena familia, seguridad, comodidades, placeres, etc. ¿Hay algo de malo en ello?

No hay nada de malo en procurar una mejor calidad de vida. De hecho, Dios mismo desea que seamos prosperados en todas las cosas: "Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma". (Jn 1:2)

El apóstol Pablo insta a los creyentes de Tesalónica   a "tener tranquilidad, y ocuparos en vuestros negocios, y  trabajar con vuestras manos" (1Ts 4:10). 

Pero es terriblemente malo cuando las metas personales se colocan como propósito supremo de la vida por encima de los propósitos de Dios. La autorrealización personal, tal como el hombre la concibe, encierra la idea de que el hombre puede quitar a Dios, y colocarse a sí mismo como centro de la vida misma, como juez y rector de sí mismo, y sus deseos personales como el fin último, para lo cual, todos, incluyendo a Dios mismo, deben contribuir.


Esta concepción quita la Palabra de Dios y coloca la verdad relativa de cada quien como norma suprema de conducta y de vida. Lo cierto es, que fuera de Dios no existe ninguna realización.

"Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí y yo en él, este lleva mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer". Jn 15:5

Recuerdo una ilustración que leí en un libro de escuela dominical, que comparaba la vida con una escalera alta en la que cada peldaño, representaba los días de nuestra vida, con cada uno de los hechos que a lo largo de ella vamos construyendo. Al final el escritor plantea una pregunta aterradora; más o menos decía: ¿Qué pasaría, si al final de nuestra vida, llegamos al extremo alto de la escalera, y descubrimos para nuestro asombro ¡que nuestra escalera estaba apoyada sobre la pared equivocada!? ¡Una sola vida para vivir, y nos equivocamos!

¿Qué es lo que más deseas en la vida? Si tu respuesta es: ‘amar a Dios con todas las fuerzas, conocerle, entender su voluntad y cumplirla’, entonces vas por el camino correcto, eso es lo que enseña el primer y gran mandamiento, de lo contrario la escalera de tu vida está apoyada en la pared equivocada.

No podemos darnos el lujo de equivocar la razón de nuestra existencia. Dios nos creó y nos llamó con un propósito. El hombre de Dios no está sumido en la incertidumbre del mundo. Los interrogantes: ¿quién soy; por qué estoy aquí; hacia dónde vamos? que por siglos han agobiado a la humanidad, no son un problema para el hombre de Dios, quien tiene claro que es un hijo de Dios, que pertenece a Dios, y que sabe cuál es el propósito por el cual está en este mundo, y cuál su destino glorioso.

La misión del hombre de Dios es celestial y abarca varios aspectos:

La misión universal

Por tanto,  id,  y haced discípulos a todas las naciones,  bautizándolos en el nombre del Padre,  y del Hijo,  y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado;  y he aquí yo estoy con vosotros todos los días,  hasta el fin del mundo.  Amén. (Mat 28:19-20)

El creyente tiene una misión. No es su propia misión, sino una que le ha sido encomendada por Dios. No son los sueños ni las metas personales de cada quien. La misión del creyente está determinada por los eternos propósitos de Dios que se hayan fundamentados en Cristo, y cuyo efectos trascienden a la eternidad. Dios no se ajustará a los planes del hombre. Es el hombre de Dios el que ha de entender los planes de Dios y abrazarlos, armonizar con ellos, hacerlos suyos. La persona que entiende los propósitos de Dios vive para cumplirlos, se esfuerza y se goza en llevarlos a un cabal cumplimiento.

Esta es la misión del creyente. Estamos aquí, en primer lugar para conocer, glorificar y disfrutar a Dios. Pero también para testificar de él; para anunciar las buenas nuevas, y anunciar el año agradable del Señor. Tenemos la responsabilidad de testificar de Cristo, de señalarle como lo que es: El Camino, La Verdad y La Vida. No estamos aquí para entretenernos con pequeñas metas humanas. Nuestra misión principal no es la construcción de catedrales ni hermosos templos, ni desperdiciar el tiempo en frívolas actividades. Cuando las personas no entienden esta simple verdad, se asignan como propósito fundamental de sus vidas, el reunir a la congregación más grande de la ciudad, en construir el templo más grande y lujoso, en ser el líder más reconocido de la ciudad. Sencillamente abandonan la misión celestial, y se dedican a edificar para sí mismos hermosos templos artesonados, mientras la casa espiritual está desierta. “Pues así ha dicho Jehová de los ejércitos: Meditad bien sobre vuestros caminos”. (Josué 1:4-5)

¿Somos vasos de honra o vasos de deshonra? ¿Vivimos para agradar a Dios o para agradarnos a nosotros mismos? ¿Vivimos para cumplir la misión celestial, o para cumplir la nuestra?

¿Cómo cumpliremos la misión y con qué recursos disponemos? No es en el poder de la carne, no es con espada, sino con el Espíritu del Señor, “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo,  y me seréis testigos en Jerusalén,  en toda Judea,  en Samaria,  y hasta lo último de la tierra”. (Hch 1:8)

La misión particular

La responsabilidad de comunicar el evangelio pertenece a todo creyente. No obstante, Dios tiene una misión particular para cada quien. Cada creyente ha recibido dones y talentos que deben ser usados para edificar el cuerpo de Cristo. Podemos hacer dos cosas con ellos, enterrarlos o ejercitarlos para la gloria de Dios y para la edificación de la iglesia.

Por mucho que una persona quiera ser cantante, no lo será, o no lo hará bien, si no tiene la habilidad natural dada por Dios para hacerlo. Lo mismo ocurre con la pintura, la música, la composición, etc. En el plano espiritual ocurre lo mismo. Cada quien tiene una misión particular que cumplir, y debe tener cuidado de no entrometerse en labores que no le corresponden. Por lo general las personas se inclinan por aquellas formas de servicio que son más vistosas o que brindan reputación. Si Dios no nos ha llamado a una forma particular de servicio, fracasaremos y haremos daño a la obra de Dios si nos inmiscuimos en misiones ajenas.

Por el contrario, el hombre de Dios acepta sumiso la misión que Dios le encomienda. Por muy sencilla que parezca, aunque no sea visible o apreciada, aunque nadie la reconozca, igual la cumple con gozo, como para el Señor y no para los hombres. He aquí una verdadera persona bienaventurada que entiende su misión en la vida y la cumple. Con toda seguridad esa persona escuchará las benditas palabras que brotaran de los labios del Señor:
“Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mateo 25:34)

II    III. El hombre de Dios tiene la responsabilidad de llevar una vida ejemplar

No puede ser de otra manera. Lo que la salud es al cuerpo, lo es la santidad y la vida ejemplar al hombre de Dios. Ello no es solo una consecuencia lógica, es también un mandato bíblico.

1Ti 4:12 "Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza."

Tit 2:7 "presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras; en la enseñanza mostrando integridad, seriedad"
Siendo como somos, poseedores de una naturaleza pecaminosa heredada de Adán, hemos desarrollado una perversa habilidad para torcer o reinterpretar los mandamientos y los esquemas divinos. La secuencia natural de verdad-acción; salvación-santificación-vida ejemplar, ha sido diseccionada por extrañas y diversas doctrinas.

El bisturí ha sido aplicado con gran habilidad por nuestros líderes y maestros modernos de una manera tal, que se nos ha permitido separar los privilegios que tenemos en Cristo, de nuestras responsabilidades y compromisos en él.

El resultado ha sido una deformación de la vida cristiana, que ha producido un gran número de intelectuales poseedores de un gran bagaje intelectual, pero carentes de una vida ejemplar. Cabezas llenas, corazones vacíos, vidas mundanas, es la forma más concreta en que lo podríamos sintetizar

 Bajo este contexto, basta con abrazar un determinado credo Cristiano compuesto por un conjunto de doctrinas y ya no tenemos que preocuparnos por la clase de vida que llevemos. Basta con que hagamos periódicas confesiones de nuestra fe y nos convenzamos que por saber la verdad, o por tener el credo correcto, tenemos garantizada nuestra herencia en Cristo.

Las cartas del apóstol Pablo se caracterizan por sus riquezas doctrinales y por su alto contenido teológico. Sin embargo, ninguna de ellas culmina en simples declaraciones teóricas, sino más bien, en todas ellas siempre apela a la aplicación práctica. Nunca se concibe en sus escritos una teología sin aplicación. Sus profundas enseñanzas no apuntan tan solo al enriquecimiento intelectual; el propósito de Pablo, es que las doctrinas encuentren su clímax en la vida práctica del creyente. No puede ser de otra forma. Una teología que no lleva a la  acción, es una teología errada o es una teología que es meramente intelectual. La vida cristiana se ha de caracterizar por una combinación perfecta de verdad, amor y acción.

Una vida ejemplar no es una opción para el hombre de Dios, es un llamado, un deber, un distintivo, una meta. Es el testimonio auténtico de la obra salvadora y santificadora de Cristo.  La evidencia de que se han roto las cadenas del pecado, que se ha producido en el individuo el milagro del nuevo nacimiento, que se es una nueva criatura. Una vida ejemplar es el  fruto natural que se produce en la vida de los que han sido injertados en cristo y que le pertenecen.

Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis (Mateo 7:15-20)
 

Posdata

Para las personas que estén interesadas en mis publicaciones, les informo que mi nuevo sitio web es:

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Para el momento en que escribo esta nota, tengo 5 publicaciones. Para los que quieran acceder, les dejo los enlaces

 

REGALO INESPERADO: Relato de un evento real narrado en la biblia, pero ambientado en un escenario que es producto de la imaginación del autor.

https://abcdelevangelio7.blogspot.com/2023/07/regalo-inesperado.html

 

LA VIDA EN PERSPECTIVA. Una reflexión que muestra las falencias de los diferentes enfoques de la vida, y las razones por las que deberíamos asumir la perspectiva divina

https://abcdelevangelio7.blogspot.com/2023/04/la-vida-en-perspectiva.html

 

TE FALLÉ MUNDO. Mi testimonio

https://abcdelevangelio7.blogspot.com/2023/04/te-falle-mundo.html

 

OBEDECE A DIOS Y DEJA EN SUS MANOS LAS CONSECUENCIAS. Reflexión inspirada en el legado del pastor Charles Stanley, con motivo de su fallecimiento

https://abcdelevangelio7.blogspot.com/2023/04/obedece-dios-y-deja-en-sus-manos-las.html

 

ACERCA DE MÍ. Breve descripción de quién soy y el porqué de este blogs.

https://abcdelevangelio7.blogspot.com/p/acerca-de-mi.html





[1] Mathew Henry, Comentario Bíblico de Mathew Henry, 1Timoteo 6:11, Pág. 1756

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