domingo, 30 de septiembre de 2012

EL TRÁGICO HECHO DE CONTRISTAR AL ESPÍRITU SANTO

“Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención”. Efesios 4:30

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En cada acto divino el Espíritu Santo está presente ejecutando la Palabra de Dios y llevando a fiel cumplimiento los eternos designios que se gestaron en el seno de la trinidad. Estuvo presente en la creación; en la encarnación, ministerio y resurrección de Cristo; en el nacimiento y expansión de la iglesia; y en la actualidad ejerce el maravilloso ministerio de enseñar, guiar, consolar, edificar y preparar a la iglesia para la venida del Señor.

No se requiere mayor esfuerzo para darse cuenta que la iglesia actual es totalmente distinta a la iglesia del primer siglo en todos los ámbitos: gobierno, adoración, vida comunitaria, dones espirituales, predicación, consagración y servicio. ¿Qué ha marcado la diferencia? La iglesia primitiva era una iglesia saludable que se caracterizaba por vivir sometida al señorío de Cristo; por contar con una genuina llenura del Espíritu Santo y una exuberante manifestación de poder, señales, milagros y prodigios que le acompañaban en la predicación de la palabra de Dios. Era una iglesia santa, guiada y controlada por el Espíritu Santo, que ejercía su papel de ser sal de la tierra y luz del mundo, y que tenía plena conciencia de que estaba de paso en este mundo.

Casi todos tenemos cierta conciencia que las cosas andan mal en nuestros días; que hay cierta fachada de religiosidad que oculta una grave realidad al interior de la iglesia. Una realidad que tal vez queremos disimular y ante la cual nos hacemos los desentendidos mirando para otro lado, prefiriendo cerrar los ojos mientras nos damos palmaditas unos a otros diciéndonos que las cosas no están tan mal y que van a mejorar.

No quiero ser fatalista, pero las cosas no van a mejorar a menos que reconozcamos y nos arrepintamos del terrible pecado de haber contristado al Espíritu Santo de Dios.

La falta de poder de la iglesia, sus continuas herejías, la inmoralidad, el engaño, la ambición, el materialismo y muchos otros males que nos aquejan, no son más que el resultado trágico de la ausencia del Espíritu Santo que se encuentra contristado.  ¿Cómo no vamos a andar con tantas herejías si hemos contristado al que guía a toda verdad? ¿Cómo vamos a experimentar la dulce guía del Espíritu Santo, si hemos resistido el señorío de Cristo sobre nuestras vidas? ¿Cómo vamos a disfrutar de una vida de santidad, si no hemos sido sensibles a la obra del Espíritu Santo?

 “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios…” dice el mandamiento bíblico. No me detendré en cuestionamientos filosóficos respecto a si es posible que las acciones y las actitudes de débiles y pobres criaturas como nosotros puedan contristar a un Dios soberano. Independientemente de lo que pueda decir el pensamiento y la lógica humana, indistintamente de lo que planteen las filosofías más elaboradas, la Biblia declara positivamente el mandamiento de no contristar al Espíritu Santo.

Es cierto que en la Biblia se le atribuyen a Dios características humanas. Se habla del brazo, del ojo, de la boca de Jehová, y de otras características humanas. Sin embargo, se tratan en un sentido metafórico, siempre referentes a la omnisciencia, omnipresencia,  omnipotencia u otras perfecciones divinas. Nunca se concibe a Dios como un mero hombre magnificado sujeto a las pasiones humanas. No obstante, la Biblia plantea que es posible contristar al Espíritu Santo. ¿Cómo puede ser posible? Si bien El Espíritu Santo puede ser contristado, no debemos pensar que lo es a la manera en que lo somos nosotros. El hecho de que él pueda ser contristado, demuestra que él no es indiferente al bienestar espiritual y eterno de los que le pertenecen.

De aquí en adelante, no nos ocuparemos del cómo, pues después de todo no podemos sondear la inescrutable profundidad de Dios, pues “nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios… porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios”. (1 Cor. 2:10-11)

Aunque a nuestra mente finita no le sea fácil concebir la idea de que el Espíritu Santo puede ser contristado, simplemente aceptaremos el hecho, ya que quien lo dijo fue el mismo Espíritu.

¿Qué contrista al Espíritu Santo?
En el contexto del capítulo 4 de la carta a los Efesios, el apóstol Pablo menciona una corta lista de obras de la carne, entre las cuales menciona la mentira, la amargura, el enojo, la gritería, el hurto, la malicia, entre otras. Sin embrago, la lista no pretende ser exhaustiva. Si hiciéramos una, sería tan extensa que nos sería difícil retenerla. Cuando llegamos a conocer en forma íntima y personal el carácter del Espíritu Santo, entonces las actitudes y los actos de nuestras vidas son contrastados poniendo de manifiesto todas aquellas cosas que son contrarias a su naturaleza, carácter y propósito. Lo que antes nos podía parecer normal y corriente, de pronto lo vemos diferente, llegamos a ser conscientes de cuán vano, egoísta y malvado puede ser.  Conocer el carácter Santo del Espíritu de Dios y rendirnos a él, nos mantendrá en el camino de la santidad.

Al Espíritu Santo se le asignan nombres en la biblia que describen su naturaleza, carácter, y propósito. Es por ello que se le llama: Espíritu de Cristo; Espíritu de vida; Espíritu Santo; Espíritu eterno; Espíritu de verdad; Espíritu de gracia. Cada uno de estos calificativos tiene la intención de revelar las multiformes perfecciones divinas y por ende, revela también por contraste, lo que es contrario a su naturaleza y carácter.

Le invito a que me acompañe a profundizar en el carácter que revela cada uno de estos nombres; al tiempo que encontraremos verdades gloriosas de la naturaleza divina, también, se revelarán los terribles pecados con que hemos contristado al Espíritu de Dios.

Espíritu de  Cristo

Uno de los nombres que en las escrituras se le atribuye al Espíritu Santo es: “Espíritu de  Cristo” (Rom. 8:9; 1Ped 1:11).  Esa noble designación hace relación a su carácter y a su actividad. Dentro del plan de redención que fue diseñado desde antes de la fundación del mundo, las personas de la trinidad divina cumplen en total armonía unas funciones de subordinación voluntaria, que mueven los engranajes del plan divino en forma perfecta. En estas funciones, Cristo glorifica al Padre y da a conocer su nombre: Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese… Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos”. (Juan 17:4,26)

A su vez, el Espíritu Santo glorifica a Cristo: El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Juan 16:14). De igual manera, el Padre honra al Hijo (2Ped 1:17) y envía al Espíritu Santo en el nombre de Cristo, “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho(Juan 14:26)

Tal y como funcionan las cosas en el seno de la trinidad, deben funcionar en la iglesia. Cristo compró a la iglesia a precio de su propia sangre. Él y solo él es el Señor de la iglesia. Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre (Hch 20:28)

La iglesia existe, no para servirse a sí misma, sino para servir al Señor, no para gobernarse a sí misma, sino para estar bajo el señorío de Cristo. En la iglesia del primer siglo existía una maravillosa subordinación al Señor. Si bien había apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, estaban puestos para edificar a la iglesia; no obstante la iglesia era gobernada y controlada por el Espíritu de Cristo. Las decisiones, la escogencia de los líderes, la labor misionera y la predicación de la Palabra de Dios se hacía en el poder y bajo la dirección del Espíritu Santo. Aún la labor de servir a las mesas, demandaba ser realizada por hombres llenos del Espíritu Santo.

Tengo una fuerte impresión de que la iglesia actual no encaja en este modelo. Tengo una creciente convicción de que gran parte de las decisiones de la iglesia se hacen para promover los interés personales y no los de Cristo. Me aterra el hecho que cada vez más se expiden credenciales por simpatía y carisma personal a hombres que no tienen llamado del Señor; a hombres movidos por el lucro y la ambición personal. Siento tristeza al ver la encarnada lucha de poderes entre ministros que pelean unos a otros para alcanzar posiciones de privilegio y dominio dentro de la iglesia. Siento dolor, por cuanto la  prerrogativa del Espíritu Santo de llamar a los que él quiera para la noble tarea de pastorear a la iglesia, ha sido descaradamente usurpada por un marcado nepotismo.

¿Qué le ha pasado a la iglesia actual? ¿En qué nos hemos convertido? ¿En qué punto se rompió el vínculo espiritual que nos mantenía conectados a Dios y humillados bajo su poderosa mano? La respuesta es sencilla, pero trágica: ‘nos hemos enseñoreado de la grey de Dios, hemos usurpado las palabras y la dirección del Espíritu Santo, y hemos impuesto un gobierno humano en el que la jerarquía eclesiástica exige servicio y devoción incondicional’. 

Pienso en Diótrefes: “Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe(3Jn 1:9). Siento indignación contra todas esas personas, que al igual que Diótrefes han contristado al Espíritu de Cristo, porque rehusaron la humilde postura de estar bajo el señorío del Señor, y en su lugar establecieron el suyo propio.  

La tragedia del Sinaí se vuelve a repetir. Esta vez con actores y circunstancias diferentes. Ya no se funden becerros de oro. Ahora se erigen ídolos humanos ante los cuales un vasto pueblo se somete y se inclina en medio de los gritos frenéticos que dicen: ¡he aquí tu Señores! El liderazgo actual está tan embriagado de poder, que no alcanza a escuchar las exhortaciones de Cristo: ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? (Lucas 6:46)

Siento compasión por el pequeño remanente que se mantiene fiel al Señor, que clama por un verdadero avivamiento, que anhela ver el poderoso mover del Espíritu Santo. Por ahora tendrán que conformarse con disfrutar de una visitación personal como resultado de su búsqueda, mientras contemplan con dolor cómo la iglesia se frota las manos para desentumirse a causa de la ausencia del calor del Espíritu Santo. Hasta que los ídolos humanos no sean quebrados, el gobierno del Espíritu Santo en la iglesia seguirá siendo cosa extraña.

Sin embargo, me consuela el hecho de saber que ese pequeño remanente no desprecia el señorío de Cristo, que se somete alegremente al Espíritu de Cristo, para disfrutar la guía, el consuelo, la fortaleza, la instrucción del Señor, y que se postra humildemente para reconocer el gobierno de los cielos. Me regocija también el hecho de escuchar a ese remanente declarando por el Espíritu Santo que Jesús es el Señor (1 Corintios 12:3). Y por último, celebro la maravillosa realidad, de que vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”. Rom 8:9 

Espíritu de Vida

Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”. (Ro. 8:2).

La vida es el fundamento de la naturaleza y el carácter del Espíritu Santo. Cuando Cristo hizo su entrada a este mundo, se dice de él: En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:4). La vida que Cristo nos trasfirió, contiene todos los beneficios del perdón, justificación, reconciliación y santificación, los cuales se convierten en una realidad vital en el creyente por medio de la obra del Espíritu Santo. Esta es la razón por la cual al Espíritu se le llama ‘Espíritu de vida’, ya que el transmite la vida de Dios a los que antes estaban muertos en delitos y pecados. Esa es la razón por la que todo aquello que no esté en armonía a la vida que se nos ha dado, contrista al Espíritu de vida.

Cuando hago referencia a la vida, nada tiene que ver con el entusiasmo humano, ni al jolgorio al que muchos le gusta promover para satisfacción de su propia carne. No me estoy refiriendo tampoco al canto alegre y entusiasta, ni a los ambientes emotivos que se puedan generar en una celebración. No. La vida de Dios es mucho más que eso. La vida de Dios empieza cuando hay un nuevo nacimiento. Se evidencia cuando el Espíritu Santo salta en el creyente como ríos de agua viva, formando a Cristo y madurando el dulce fruto del Espíritu Santo.

Vendremos a él y haremos moradas en él’, dijo Jesús refiriéndose a aquellos que le aman y guardan su palabra. Esa habitación de la deidad morando en un frágil vaso de barro no pude pasar desapercibida. Donde quiera esté presente la vida, irrumpirá en manifestaciones que glorifican a Dios

Hay dos estados espirituales que contristan al Espíritu de vida. El primero: “Y escribe al ángel de la Iglesia que está en Sardis: El que tiene los siete Espíritus de Dios, y las siete estrellas, dice estas cosas: Yo conozco tus obras; que tienes nombre de que vives, y estás muerto”. (Apocalipsis 3:1)

La muerte espiritual es contraria a la vida, y por ende contrista al Espíritu Santo. La iglesia de Sardis tenía la forma religiosa pero no la vitalidad del Espíritu. Tenía apariencia de estar viva, pero estaba muerta. Mucho me temo que la exhortación para la iglesia de Sardis tiene igual aplicación para la iglesia de hoy.

Hay tanto movimiento al interior de muchas iglesias, que podemos engañarnos creyendo que están llenas de vida, pero al tomarles el pulso, no se perciben los latidos de la vida del Espíritu corriendo en las venas de la iglesia. El monitor de pulso, en lugar de una línea quebrada, muestra una línea recta indicando la ausencia de vida.  

El costo para acceder y disfrutar de la vida abundante que Cristo provee, ha parecido demasiado elevado a un grueso número de profesantes.  “Ya no vivo yo, más vive Cristo en mí”, era para Pablo la realidad más preciosa que su vida hubiese podido recibir. Hoy, esas palabras resuenan en los recintos evangélicos como una mera declaración poética o como un simple silogismo religioso. La muerte a la que fue sentenciado el viejo hombre por Dios, parece a muchos demasiado dolorosa e innecesaria.  

En muchas congregaciones se escuchan gemidos y lamentos, pero no de arrepentimiento, son los lamentos de la carne que se rehúsa a ir a la cruz y que implora misericordia.  Esos clamores han sido atendidos por un gran número de creyentes, que para evitar el dolor de ser juntamente crucificados con Cristo, han optado por reservarse lo que ellos consideran lo mejor de su carne. La vida carnal que pulula en el seno del cristianismo moderno, es el fruto de haber tenido en poco la vida de Cristo y haber escogido la propia, “porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará”. (Mat 16:25)

La muerte puede estar presente en medio de una iglesia que tiene mucha actividad religiosa. No obstante, todo ese movimiento puede ser el producto del quehacer humano, del esfuerzo de la carne. Normalmente la vida de la iglesia actual gira en torno a un sinnúmero de actividades religiosas. Nos mantenemos ocupados construyendo, planificando, haciendo reuniones, campañas, proyectos, etc. sin embargo, puede que en el fondo simplemente sean formas de compensar la ausencia del poder del Espíritu de vida que se encuentra contristado.

Con cuanta facilidad nos engañamos por las apariencias. Los religiosos de los tiempos de Jesús habían desarrollado todo un elaborado y vano sistema ceremonial que les proporcionaba una falsa imagen de piedad. Pero Jesús les llamó hipócritas y les comparó con sepulcros blanqueados, que por fuera se ven hermosos, pero por dentro están llenos de muerte.
Otras veces la muerte está presente en forma de pasividad.  La pasividad es apatía e indiferencia. Las escrituras hablan de este tipo de personas, Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. (Apoc 3:16)

El agnosticismo afirma que no es posible conocer a Dios.  El agnosticismo apático dice que no sólo no es posible, sino además ¿a quien le importa? Esa indiferencia para querer conocer a Dios y para amarle y obedecerle está profundamente arraigada en la naturaleza humana. Profesamos a Dios, pero vivimos alejados de él. Hablamos de su reino, pero construimos el nuestro. Enseñamos de su voluntad, pero hacemos la nuestra. Hablamos del cielo, pero amamos este mundo y hacemos preparativos para quedarnos en él. Hablamos del Espíritu Santo, pero no le deseamos. Sabemos mucho de la doctrina del Espíritu, pero desconocemos su guía, su presencia, su poder, su llenura.

Esa natural indiferencia fue la que trajo una fuerte exhortación del profeta Hageo a la nación de Israel. El pueblo estaba ocupado en la reconstrucción y embellecimiento de sus propias casas, mientras se mostraban indiferentes con la casa de Dios que permanecía destruida.

Esa misma actitud de indiferencia caracteriza la vida frívola de la iglesia en la actualidad. Estamos tan ocupados en la búsqueda y construcción de nuestra propia felicidad, que miramos con desgano el llamado de Dios a la renuncia, a la negación, a la vida nueva, al crecimiento en la gracia, al amor y servicio, a la oración y al estudio de la palabra de Dios.

¡Cuanta falta le hace a la iglesia atender las instrucciones de Romanos 8! Si lo hiciéramos, seguramente hubiese menos carnalidad entre nosotros, y ciertamente la vida abundante que Cristo prometió sería una maravillosa realidad derramada sobre su pueblo.

Espíritu Eterno

¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo? Heb 9:14 

Con respecto a este texto, dice el comentario Bíblico de Jamieson Fausset Brown:

Los animales ofrecidos no tenían espíritu, o sea, volición para consentir al acto del sacrificio; eran ofrecidos según la ley; ellos no tenían ni vida perdurable ni vida de valor intrínseco alguno. Pero él desde la eternidad, con su divino y eterno espíritu, convino con la voluntad de su Padre tocante a la redención. Su ofrenda empezó sobre el altar de la cruz, y se consumó con su entrada con su sangre al lugar santísimo. La “eternidad” y la infinidad de su divino Espíritu dan mérito eterno e infinito a su ofrenda, de modo que ni la infinita justicia de Dios tuvo objeción alguna en su contra. Fue “por su ardiente amor, que manaba de su eterno Espíritu”, que se ofreció a sí mismo”.

La maravillosa obra redentora de Cristo tiene dimensiones eternas. Fue hecha ‘una vez para siempre’ y ‘mediante el Espíritu eterno’. La eternidad es uno de los atributos naturales de Dios. Siguiendo la misma línea de pensamiento que venimos manejando, preguntémonos: ¿Qué aspectos del carácter y la conducta humana pueden contristar al Espíritu eterno? La respuesta se desprende lógicamente: ‘Todo aquello que sea de naturaleza temporal y circunstancial y que vaya en contra de los eternos propósitos divinos’.



De hecho, una de las evidencias bíblicas de la presencia de la nueva vida de Cristo, es tener enfocada nuestra vida hacia las cosas eternas: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”. (Colosenses 3:1-2). También está la conocida exhortación de Cristo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan;  sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. (Mat 6:19 -21)

A los amantes de este mundo les recuerdo las claras exhortaciones de Santiago: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”. (Stg 4:4). Lamentablemente esas palabras han encontrado oídos sordos. Muchos no oyen o no quieren escuchar.

Pregúntese a sí mimo: ¿Cuál es el propósito supremo de mi vida? ¿Cuál es la meta de mi vida hacia la cual están orientados todos mis esfuerzos y en dónde están colocados todos mis afectos?  ¿Qué es lo que más anhelo en la vida? Una respuesta sincera a estos interrogantes llevará gozo al cielo por el hecho de que hay muchos que han escogido antes ‘ser maltratados con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado” (Hebreos 11:25). Creyentes genuinos que viven la vida con una perspectiva de la eternidad, que han puestos sus ojos en las cosas de arriba y que atienden la exhortación bíblica: “No mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”. (2 Co 4:18) 

Pero por otro lado soy consciente de que hay un grueso número de personas que llenan los templos, cuyos corazones están cargados de glotonería, que desean este mundo, que lo aman, y que harán todo lo humanamente posible para ganarlo. Estas personas son alentadas por sus propios pastores y maestros que alimentan su ambición personal y que les enseñan que es la voluntad de Dios que atesoren las riquezas y los placeres de este mundo. Por un lado les hablan de la herencia de los cielos, pero como plato fuerte les ofrecen este mundo y les animan a correr en pos de él, a suspirar por él y a complacerse en él.

El eterno Espíritu está seriamente contristado por el manifiesto materialismo en que se desenvuelve el cristianismo moderno. Las pérdidas son incalculables. La desproporción de un plato de lentejas con respecto a las inescrutables riquezas del Espíritu, no tiene comparación. No obstante, nos mostramos satisfechos con los juguetes que hemos obtenido de este mundo.

En tanto que Pablo hacía la gloriosa declaración que regía su vida: Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Flp 3:13-14), por nuestra parte nos encontramos con una iglesia que coquetea con el mundo, cuyo deleite está en las mieles del entretenimiento y del placer barato y ocasional.

El placer, la riqueza y el poder, es la columna vertebral de la doctrina y práctica de la iglesia actual. Pero para aquellos que quieren agradar a Dios, para aquellos que no quieren servir a dos señores; a los que quieren hacer tesoros en los cielos, a los que quieren poner la mira en las cosas de arriba, las instrucciones de la Palabra de Dios dicen:

“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. (1Jn 2:15-17)

Espíritu Santo

Se llama Espíritu Santo, porque es Santo por naturaleza. ‘Sed santos porque yo soy santo, dice el Señor’. El servicio a Dios en el Antiguo Testamento demandaba de parte de Dios ser realizado en santidad. Los sacerdotes del Antiguo testamento tenían una diadema con una inscripción que sintetizaba las demandas de su oficio: ‘SANTIDAD A JEHOVÁ’. La iglesia primitiva mantuvo esos estándares de santidad y reverencia. Cuando Ananías y Safira pecaron contra el Espíritu Santo cayeron muertos. Violaron las normas de santidad que estaban establecidas por la Palabra de Dios, y que eran implícitas al carácter santo del Espíritu de Dios.

¡Cómo han cambiado las cosas! ¡Con cuanta naturalidad se peca en el día de hoy! Cada vez más es mayor el número de pastores y ministros que han hecho sonrojar las mejillas de Cristo por pecados de adulterio, por abuso del poder, o por escándalos en el manejo de los dineros de la iglesia. De por si ya es una falta grave, que aquellos, que en palabras de Spurgeon son considerados ‘la iglesia entresacada de la iglesia, lo más selecto de la elección de Dios’, caigan en pecados que deshonran el evangelio de Cristo. La iglesia debería indignarse ante estos hechos, pero no, esas mismas personas que deshonran el nombre de Cristo y que no muestran evidencias genuinas de arrepentimiento, continúan en el ministerio dejando tras sí un vergonzoso testimonio que empaña el evangelio.

Alguien dijo que durante muchos años la Iglesia exhortó al mundo para que se arrepintiera de sus pecados. Pero ahora es el mundo que exhorta a la iglesia a que se arrepienta y se vuelva de sus pecados. En la iglesia primitiva, el impacto del poder y del buen testimonio de la iglesia en medio de la comunidad era tan fuerte, que aunque muchos no se unían a ellos, el pueblo los alababa grandemente (Hechos 5:13). Las cosas han cambiado. Los escándalos en el seno de la iglesia son tantos y tan frecuentes, y la hipocresía es tan notoria, que el mundo no tiene ningún interés en unirse a nosotros. El mundo habla mal de la iglesia, pero lo pavoroso del asunto es que en muchos aspectos  tienen razón.

La experiencia normal de un creyente debería ser el aborrecimiento del pecado y un anhelo profundo por santificarse más cada día. Jamás escudará sus pecados tras doctrinas forzadas y elaboradas para justificar una vida de impureza. El llamado a una vida santa será su meta y para ello, apelará a todos los recursos de la gracia a fin de agradar a aquel lo llamó de la tinieblas a su luz admirable.

Lamentablemente muchos han caída bajo la seducción del placer momentáneo y bajo el hechizo de un evangelio hedonista. Son los sensuales que no tienen el Espíritu. Los que han seguido el camino de Demas, amando más este mundo (2 Timoteo 4:10).

“Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles… para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios” (1Pedro 4:3a,2)

Espíritu de Verdad

“Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí”. (Juan 15:26)

¿Qué es la verdad? Fue la pregunta de Pilatos a Jesús. Es la pregunta que durante siglos se ha estado haciendo la humanidad. Se han tejido diversas definiciones, pero al final todo queda en indecisiones. Una de las definiciones comunes al respecto es la siguiente:

“El término no tiene una única definición en la que estén de acuerdo la mayoría de los estudiosos y las teorías sobre la verdad continúan siendo ampliamente debatidas. Hay posiciones diferentes acerca de cuestiones como: Qué es lo que constituye la verdad. Con qué criterio podemos identificarla y definirla. Si el ser humano posee conocimientos  innatos o sólo puede adquirirlos. Si existen las revelaciones o la verdad puede alcanzarse tan sólo mediante la experiencia, el entendimiento y la razón. Si la verdad es subjetiva u objetiva. Si la verdad es relativa o absoluta” (es.wikipedia.org/wiki/)

Las respuestas a estos interrogantes fueron dadas cuando la verdad alumbró a este mundo. Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad”. (Juan 1:14)

Más que hablarnos de la verdad, Jesús vino a mostrarnos la verdad: “Yo soy la verdad”, dijo Jesús. “Y Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. Jesús vino a dar testimonio de la verdad.

Jesús nos dejó al Espíritu Santo para que nos enseñe y nos guie a la verdad. Por esa razón, se le llama ‘Espíritu de verdad’. La lección que debemos aprender es que Jesús es nuestro Señor y Salvador; el Espíritu Santo es nuestro maestro que nos enseña esa verdad.

Por su parte, la iglesia está puesta para ser columna y baluarte de la verdad. (1Timoteo 3:15). La iglesia del primer siglo cumplió con la gloriosa misión de poner en alto el nombre de Cristo. Es cierto que hubo inmoralidades, herejías,  y desórdenes, pero en una proporción mucho menor que la de nuestros días. El tenor que la caracterizó, fue la fidelidad en medio de la persecución, la santidad, el amor, el poder de Dios.

¿Cómo está siendo contristado el Espíritu de verdad en el pueblo que actualmente profesa el cristianismo? Estamos contristando al Espíritu de verdad con la mentira, la falsedad el engaño, la hipocresía y la manipulación. Nos hemos atrevido a acomodar la verdad a nuestros gustos y preferencias. La estiramos para que llegue hasta donde queremos que llegue; la cortamos cuando nos incomoda; La tergiversamos para que se ajuste a nuestras creencias. La reinterpretamos para que la verdad diga lo que nos gustaría que dijera.

Decir que nuestras diferencias doctrinales se deben a una mala aplicación de la hermenéutica, no es del todo cierto. Hay una razón de fondo de la que se desprenden las demás,  cuya raíz está en nuestro engañoso corazón que se aventura a manipular la verdad de Dios para nuestro propio perjuicio.

Decimos que Dios es soberano, pero no lo tratamos como tal. Hablamos de la verdad absoluta de Dios, pero preferimos abrazar la verdad relativa del hombre. Contristamos al Espíritu Santo, porque en forma hábil pero necia, nos esforzamos por establecer nuestra propia verdad por encima de la de Dios. Y esto asume una gravedad mayúscula por cuanto hemos pretendido manipular y limitar caprichosamente al Espíritu Santo, tratando de que éste se acomode a los estrechos moldes de nuestra mente y someterlo a un campo de acción cuyo perímetro se extiende hasta donde nuestros prejuicios y doctrinas le permitan.

Espíritu de gracia

“¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?” (Heb 10:29) 

La gracia es el favor inmerecido de Dios. A pesar de que nos encontrábamos muertos en delitos y pecados y destituidos de la gloria de Dios, aún así Cristo murió por nosotros. El Espíritu de gracia es el transmisor de todos los beneficios que Cristo nos otorgó a través de su obra redentora en la cruz del calvario. El costo de nuestra redención es muy alto. No fuimos rescatados con cosas corruptibles como oro y plata, sino con la sangre preciosa de Cristo.

Dios no tendrá por inocentes a aquellos que pisotearen la sangre del pacto, ni a aquellos que hicieren afrenta al Espíritu de gracia.

El trato liviano que muchos le dan a la gracia ha contristado seriamente al Espíritu de Dios. Somos demasiados folklóricos con la gracia de Dios. Por un lado hay quienes la han convertido en libertinaje. Para estas personas, la gracia es una licencia que les da permiso para vivir una vida de satisfacción, de placeres y goces del mundo, mientras mantienen asegurados los del cielo.

Por otro lado, están los que tienen en poco la gracia de Dios, y persisten en hallar justificación a través de las obras de la ley.

Sea que abusemos de la gracia de Dios, o la resistamos con un riguroso sistema legalista, el Espíritu Santo es contristado. En ambos casos se le ofende.

La salvación es por gracia, pero ¿cómo llega la gracia a una persona? Cuando la gracia de Dios es derramada en la vida de una persona, primeramente le lleva a una convicción tal de pecados, que la persona llega a ser consciente de su propia maldad en contraste con la santidad de Dios. En segundo lugar, la persona experimenta un arrepentimiento genuino y se convierte de sus malos caminos para volverse a Dios de corazón con la aspiración de una nueva conciencia. En todo este proceso, hay muerte, dolor, pero también la certeza del nuevo nacimiento y la seguridad del perdón de nuestros pecados.

En el cristianismo actual la gracia de Dios ha sido injustamente rebajada al punto, que basta con que una persona recite perezosamente una oración y recite unos versos bíblicos, para declararlo hijo de Dios. Se supone que ello honre la gracia, pero en la práctica, es un sistema inoperante que contrista al Espíritu Santo y aunque más personas son añadidas a los templos, no por ello son añadidas a la familia de Dios. Este tipo de cristianismo instantáneo ha traído apostasía

“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras”. (Tito 2:11-14)

 Conclusión

La nación de Israel es un testimonio del trágico hecho de pecar contra el Espíritu Santo. La Escritura dice respecto a su obstinada rebeldía en el desierto:

¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés? ¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto?  ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad”. (Heb. 3:16-19)

Y luego Isaías nos indica cuál fue la reacción del Espíritu Santo: “Mas ellos fueron rebeldes, e hicieron enojar su Espíritu Santo, por lo cual se les volvió enemigo, y él mismo peleó contra ellos”. (Isa 63:10)

En los días de la naciente iglesia, el Espíritu Santo hizo serias advertencias. Cuando Ananías y Safira desafiaron el poder y la santidad del Espíritu de Dios, cayeron muertos a los pies de los apóstoles.

La iglesia actual parece haber olvidado los acontecimientos del pasado que quedaron escritos para nuestra advertencia. De alguna manera seguimos perpetuando esos pecados contra el Santo Espíritu de Dios, sólo que ahora, esos pecados son tan refinados y con una apariencia tal de piedad, que son acogidos y practicados con tanta naturalidad, que ni siquiera somos conscientes de nuestra rebeldía.

Al igual que Israel, hemos contristado al Espíritu de Cristo siguiendo a los hombres, en lugar de someternos al gobierno de Cristo; hemos contristado al Espíritu de vida con nuestra tibieza y pereza espiritual; hemos contristado al Espíritu Santo con nuestros pecados de inmoralidad; hemos contristado al Espíritu eterno con nuestro materialismo y con nuestras ambiciones terrenales; hemos contristado al Espíritu de verdad con nuestras manipulaciones y tergiversaciones de su Palabra y hemos contristado al Espíritu de gracia con nuestra frivolidad.

Oro para que el Espíritu Santo nos de convicción de nuestros pecados y nos guíe al arrepentimiento. Para que recibamos la llenura del Espíritu Santo y seamos sensibles a su obra, a su guía y su dirección y para que seamos ‘carta de Cristo (…) escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón’ (2Cor 3:3).

Posdata

Para las personas que estén interesadas en mis publicaciones, les informo que mi nuevo sitio web es:

https://abcdelevangelio7.blogspot.com/

Para el momento en que escribo esta nota, tengo 5 publicaciones. Para los que quieran acceder, les dejo los enlaces

 REGALO INESPERADO: Relato de un evento real narrado en la biblia, pero ambientado en un escenario que es producto de la imaginación del autor.

https://abcdelevangelio7.blogspot.com/2023/07/regalo-inesperado.html

 

LA VIDA EN PERSPECTIVA. Una reflexión que muestra las falencias de los diferentes enfoques de la vida, y las razones por las que deberíamos asumir la perspectiva divina

https://abcdelevangelio7.blogspot.com/2023/04/la-vida-en-perspectiva.html

 

TE FALLÉ MUNDO. Mi testimonio

https://abcdelevangelio7.blogspot.com/2023/04/te-falle-mundo.html

 

OBEDECE A DIOS Y DEJA EN SUS MANOS LAS CONSECUENCIAS. Reflexión inspirada en el legado del pastor Charles Stanley, con motivo de su fallecimiento

https://abcdelevangelio7.blogspot.com/2023/04/obedece-dios-y-deja-en-sus-manos-las.html

 

ACERCA DE MÍ. Breve descripción de quién soy y el porqué de este blogs.

https://abcdelevangelio7.blogspot.com/p/acerca-de-mi.html



2 comentarios:

  1. tremendo mensaje,que realidad mas dolorosa,
    gloria a Dios por lo que ahora podemos ver, por lo que no pueden callar... seguiremos orando para que se siga predicando la sana doctrina
    Dios te bendiga hermano Harold Miranda
    que el Señor todopoderoso te siga usando
    g

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  2. Acabo de encontrar en pleno 2021 este blog y este mensaje que fue escrito en 2012. Me parece impecable, tanto en el fondo como en la forma. Hoy día pululan por internet ingentes cantidades de mensajes y estudios bíblicos, pero en su mayor parte bastante superficiales y con una pésima calidad literaria; todo lo contrario de lo que ocurre con este escrito. ¡Lástima que no haya tenido continuidad este blog! ¿Has trasladado, hermano,tus reflexiones a otra web? Si es así te agradecería que me informaras de ello. Que el Señor te colme de bendiciones.

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